Extreme Époque

23 octubre, 2018

(Por Mara Pedrazolli). El voto de las clases medias y ricas, el surgimiento de movimientos juveniles extremistas ultraliberales, un clima de época que se afianza en Brasil apoyado en la desinformación que (paradójicamente) promueven las nuevas tecnologías.

Los partidos más conservadores vienen ganando espacio político en Brasil desde 2010. En la última elección eso se acentuó y además primó la polarización: partidos muy pequeños de posiciones extremistas conquistaron gran caudal de votos. El Partido Social Liberal (PSL) del candidato presidencial ganador en primera vuelta, Jair Bolsonaro (63 años), pasó de 1 a 52 diputados nacionales luego de las elecciones del domingo pasado donde obtuvo el 46% de los votos, lejos del adversario Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT) que obtuvo el 20% de los votos. Alrededor de 48 millones de brasileros votaron por Bolsonaro y 29,2 millones por Haddad.

Según un análisis de la Cámara de Diputados realizado Oswaldo Amaral, profesor de la Universidad Nacional de Campiñas (Unicamp), en la última elección los partidos de “derecha” tuvieron un crecimiento de 68 bancas (mayor al de elecciones pasadas), los de “centro” redujeron su representación casi a la mitad (de 137 a 75 diputados) y los de “izquierda” mantuvieron sus escaños. Los mayores perdedores fueron los partidos de “centro”, entre los que se encuentra el Partido de la Social Democracia Brasilera (PSDB) del saliente presidente Michael Temer.

El PSL ganó en las provincias más pobladas de Brasil: San Pablo, Minas de Gerais y Río de Janeiro. Sacó mayoría de votos en las ciudades más ricas y perdió en las más pobres. Un fenómeno que no se dió con el ascenso homogéneo de Cambiemos en Argentina. ¿Es paradójico que las clases sociales con mayor nivel de riqueza y mejor acceso a la cultura y educación voten un modelo político de gobierno autoritario y anti-democrático? Es el predominio del orden económico, liberal e individualista, sobre el político, democrático y aglutinador de consensos.

Bolsonaro sacó una amplia diferencia de votos pero denunció el domingo corrupción en los sufragios: considera que ya debería ser presidente de Brasil, aunque no haya alcanzado el 50% de los votos. Los comicios brasileros son electrónicos desde el año 1996, este año la Corte Suprema prohibió votar a 3,4 millones de personas que no habían registrado sus huellas dactilares mediante un sistema biométrico impuesto en 2016.

El ascenso de Bolsonaro en Brasil hubiera sido impensado sin la operación a través de la cual partidos opositores al PT y representantes de poderosas elites empresariales –especialmente de los medios de comunicación masiva- destituyeron a la entonces presidenta Dilma Rousseff en agosto de 2016; devastando la legitimación social en las instituciones democráticas. En Argentina no hubo tal vaciamiento institucional detrás de la victoria de Cambiemos; quizá “la recuperación de lo político de la década ganada” haya visto allí sus principales frutos. Sí vimos al gobierno operar en la ilegalidad en el caso del asesinato de Santiago Maldonado, la detención política de la líder Milagro Sala y la agresividad en los allanamientos a la vivienda de Cristina Fernández de Kirchner (o lo que representa).

¿Qué representa Cristina Kirchner: lo popular o la corrupción? Siguen dos pistas analizando el caso de Brasil. Luego de la destitución de Dilma continuaron las investigaciones del caso de corrupción Lava Jato, el más grande conocido en el país y que tocó a políticos de todas las corrientes, los diputados que habían acusado a la mandataria en el Congreso fueron casi todos ellos involucrados en nuevas denuncias, incluyendo al reemplazante presidente Temer. La corrupción parece ser parte del sistema político y no exclusividad de un partido. Por otro lado, encontramos en Brasil el caso de una persecución legal al más importante líder popular de su historia. En manos de los jueces más políticos del país (ver bio de Sergio Moro) se encarceló a Lula da Silva, se le prohibió hablar en público y postularse a cualquier cargo político pese a encabezar todas las encuestas presidenciales.

En ese contexto, creció en los años recientes entre la juventud brasilera un movimiento de derecha extremista, similar al “alt-right” estadounidense que apoyó a Trump con consignas ultraliberales en materia de economía y racistas sobre la población. Sus expresiones de odio fueron censuradas por las redes sociales más difundidas pero publicadas en la app Gab.ai; una red que “promueve valores liberales” pero termina incitando posiciones fanáticas y violentas, que fue prohibida por Apple y también Google. Afortunadamente en Argentina no vivimos una situación similar, si bien es cierto que Twitter incita cada vez más posiciones extremistas y beligerantes.

Tal como ocurrió en Argentina con Cambiemos y en Estados Unidos con Trump, la campaña de Bolsonaro se basó en una fuerte presencia en las redes sociales con escaza publicidad proselitista y menor tiempo de exposición en la tv. En un país con 147 millones de votantes, 120 millones de personas utilizan a diario dicha (se trata del 81% de los seguidos incondicionales de Bolsonaro frente al 59% de los electores de Haddad). Las campañas a través WhatsApp promueven la desinformación o distorsión de la misma, las noticias falsas y los debates cerrados (en grupos afines). El contenido de WhatsApp no está aún regulado. Según detectó el proyecto Eleções Sem Fake (Elecciones Sin Fake) de la Universidad Federal de Minas Gerais, entre las “fakes news” circuló que la candidata a vicepresidenta con Haddad había recibido una llamada del hombre que acuchilló a Bolsonaro el mismo día del ataque.

Hubieron dos muertes reales y recientes en Brasil, de la activista feminista Marielle Franco y el militante anti-racista Mestre Moa (el día siguiente de la elección presidencial). La capacidad de los grandes medios y/o los equipos de comunicación de partidos políticos para manipular la información, fragmentarla, estimagtizarla o lo contrario define cada día más los resultados de una elección en sociedades casi completamente mediadas por la tecnología. Sólo así es posible entender que el tenor de las declaraciones de Bolsonaro haya pasado ante la mirada de la población como un dato más, menor, entre toda la información que circula, entre la cantidad de memes que recibimos y vídeos que consultamos a diario.

Bolsonaro dixit.

– “El pobre solo tiene una utilidad en nuestro país: votar”, dijo el candidato que fue mayoritariamente votado por ricos y clase media. “Estoy a favor de la tortura, a través del voto usted no cambia el país”, agregó en una entrevista radial durante 2016. “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, concluyó.

– “Hay que dar seis horas para que los bandidos se entreguen, sino se ametralla el barrio pobre desde el aire”, dijo sobre la favela carioca Rocinha, ante un auditorio de varios ejecutivos entre los que hubo aplausos. Posteriormente sus asesores alegaron que había sido un exabrupto.

– “Es una desgracia ser patrón en este país, con tantos derechos para los trabajadores”, dijo en 2014 en una entrevista de diario.

– “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual”, señaló y agregó que preferiría que “muera en un accidente a que aparezca con un hombre con bigote por ahí” en una entrevista a una revista en 2011. Recientemente fue entrevistado por la actriz y activista LGBT, Ellen Page, para NatGeo y en su cara le dijo “Si yo fuese cadete en la academia militar y la viera en la calle, la silbaría ¿OK? Usted es muy bonita”.

– “Yo no soy violador, pero si lo fuera, no la iba a violar porque no lo merece”, dijo en 2003 a la diputada del Partido de los Trabajadores, María del Rosario, mientras debatía en el Congreso una ley sobre la violación.

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